No me escandalicé, ni me ofendí, ni siquiera me sorprendí. Una deliciosa sensación de morbo en estado puro se hizo con mi cuerpo, me hinchó los labios y entrecerró mis ojos para enfocar mejor el objetivo y decidí, sin atisbo de duda, que por supuesto, me encantaría mirarle, que por supuesto, no se lo diria nunca a nadie que pudiera escandalizarse, ofenderse o sorprenderse porque no lo entenderian y tanto me da.
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