Yo y mi fantasma

12:26 / Comments (0) / by retinorama

Tu fantasma me persigue. Como si supiera que esta a punto de desaparecer de mis ensueños, de lo más oscuro y verdadero de mis deseos. Tu fantasma se viste de bañista de espaldas y de vuelco de mi corazón. Tu fantasma me hace trampas, y me hace guiños, y truca las radios para poner The Scientist, de Coldplay en un opel negro que pasa por delante del chiringuito donde me estoy tomando una caña fresquita, de poca cilindrada, de segunda mano que tu fantasma se compró en vida al destrozar su primer coche. Incluso ahora noto su nariz pegada a mi mejilla, leyendo estas líneas por encima de mi hombro, mientras me mira atentamente y no dice ni mú mientras planeo largarme la semana que viene a Cadaqués a concederme unas cuantas indulgencias que existen, que ocurren, porque son reales. Y le dejaré colgado de estas letras, que es donde más existió, porque tu fantasma sabe que no podría vivir sin mi creencia en él. Sin esta sensación de epílogo. Con esta historia a la que siempre llegamos a destiempo.

Tu fantasma me pone la mano en el hombro y activa los resortes de mi memoria, de mi una ensoñación, de aquella realidad luminosa (hasta que llegaste tú, y me hiciste creer que la luz no había existido durante años) que se abrió ante mis ojos como quien desmorona una inmensa cortina, dejándome ver una realidad que de repente existía, oculta, tras una espesa coraza de barro y piedra fósil, pero que existía, la realidad que yo había inventado, y estaba ahí, porque yo la estaba viendo, ante mi, cegándome los ojos, como la más brillante de las evidencias.

Tu fantasma en vida y yo, siempre andando por las calles mojadas, siempre la lluvia, y los arcoiris colgándose del cielo como una señal funesta, mal momento, mala suerte, siempre el frío y siempre tus brazos, siempre invierno en esta primavera. Tu fantasma en vida y yo siempre caminando, sin saber ni adonde ir ni qué hacer el uno con el otro.


Todavía hoy, cuando ya nada tiene remedio, todavía hoy no he sido capaz de discernir qué parte de mis actos, de todos sus lógicos, perfectos engranajes de palabras y argumentos, qué parte de ese escenario se empezó a desmoronar antes, qué pieza del puzzle cayó primero, qué ficha exacta flaqueó para que todo lo demás se derrumbara con la elegancia de un laberinto de fichas de domino, para dejarme ver, apenas en un parpadeo, el momento en el que mis deseos se hacen realidad, y viceversa, y yo simplemente asistia, muda de asombro, incapaz de razonar, de dormir, de comer, de hacer otra cosa que no fuera echarte desesperadamente de menos.


Pero le gano la partida; suena Souvenir, de OMD, que es mi contra canción para el momento y todo este rifi rafe queda en agua de borraja. El sol que se filtra a través de las persianas en penumbra me lame los dedos, como un perro mimoso, y yo me dejo hacer, desperezándome. Tu fantasma se desvanece por unos segundos. Sabe que las decisiones se toman así, a solas, y yo ya tengo que irme de tu nostalgia. Me encierro un cigarro y suspiro. El muy traidor, que se ha escondido detrás de la puerta para espiarme a hurtadillas, asoma su triste apariencia por el quicio de la puerta al oírme suspirar, y se acerca a la mesa, me mira, interrogándome con sus tristes ojos transparentes, me pregunta sabiendo mi respuesta. Que no quiero dejar de creer, que me resisto a perder la batalla. Como enterrar una historia que nunca ha tenido tiempo siquiera de empezar.


Tu fantasma cabecea y me mira con el afecto de un viejo contrincante. En algún momento tendré que rendirme. Que tiene de malo este.


A pesar de todo, tu fantasma me da aliento y en dias como este, me hace compañía. Pero sabe que a partir de ahora no podrá disfrazarse de bañista, ni conducir más opel negros ni trucar las radios para ponerme Radiohead. Que la vida real es otra cosa. Que no hay respuesta más rotunda que el silencio. Asi que, en silencio, me levanto y empiezo a transportar platos a la cocina. Mientras los dejo en la mesa me pregunta, como quien no quiere la cosa, cuanto tiempo queda?. Por supuesto, eso no puedo decírselo. Y él lo sabe. Al volver al comedor, está junto al equipo de música. Suenan los primeros acordes y reconozco We Might As Well Be Strangers, de Keane. Será mamón. Sentándose en mi parte del sofá, mi fantasme me mira y me pregunta con indiferencia: Quieres un café?

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