Mi cicatriz

1:03 / Comments (0) / by retinorama

Mi cicatriz es negra, y está en la base de la nuca. No me gusta, porque no todas las cicatrices son feas, las hay que hasta visten y las hay ácidas y repugnantes y las hay valientes, como las que cuenta Benedetti en La noche de los Feos.


Es una cicatriz fea, demasiado grande, demasiado violenta para mi gusto. Me hubiera gustado más algo como lo que intenté, algo frio, aséptico, quirúrgico, un corte limpio y un trazo fino, más redondeado. A veces me resulta tosca, amenazante, y la tapo bajo dos capas de algodón, porque las cicatrices tienen una historia y se vuelven negras con las nubes y marrones con el sol, esa piel que no será más rosada, no será más un trozo de piel cualquiera y hablará en silencio.


Cuando noto que me falla alguna de las tres cosas que ese trozo de piel me recuerda, me llevo la mano a la espalda, para tocar mi cicatriz inconscientemente, la acaricio, me acaricio, como acariciaria a mi propio hijo, buscandome ese mismo tipo de consuelo. No funciona, pero a veces calma. A veces, y con el tiempo.


No, definitivamente no me gusta, pero yo tampoco me gusto, aunque me gusta no verla y sentirla en el centro de la espalda, justo en el lugar donde mi conciencia, millones de neuronas conscientes, empieza a mezclarse con el cuerpo incosciente, y viceversa.


Yo tampoco me gusto, y sin embargo ese trozo de piel que no es de pierna, ni rosada, ni de brazo, ni de espalda, me refleja la memoria, y esa me dice, no pares, corre, sigue adelante, que tú puedes.

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